La primera potencia del mundo no es capaz de resolver sus gravísimos problemas fiscales. Está cada vez más débil y vulnerable.
El discurso sobre el “estado de la Unión” del Presidente Barack Obama fue patético. No hay ningún indicio en su contenido de que Estados Unidos enfrenta su peor situación económica desde la Depresión de los años treinta, de que el país tiene que amarrarse el cinturón como nunca antes, y de que no hay tiempo que perder para adoptar medidas que reduzcan drásticamente el déficit fiscal. Cero liderazgo por parte de Obama en el área económica.
Según la Congressional Budget Office (CBO), el déficit del gobierno federal en el año fiscal que termina en septiembre de 2011 será la bobadita de US$1.5 trillones (de los trillones en inglés) o el equivalente a 9,8% del PIB. En el año fiscal de 2010 este déficit fue US$1.3 trillones (8,9% del PIB) y en el año fiscal de 2009 fue US$1.4 trillones (10% del PIB).
El aumento del déficit fiscal en 2011 llega en momentos en que la economía está creciendo en el horizonte de 3% anual. No obstante el mayor aumento del PIB en 2011 frente a años anteriores, el déficit se está incrementado. O sea que se trata de un déficit estructural, de esos que son inelásticos al desempeño económico. La CBO señala que en este año el gobierno federal tendrá que prestar 40 centavos por cada dólar que gasta.
A lo anterior se agregan los inmanejables déficit de muchos estados importantes, como California, New York, e Illinois. Además, el sistema de seguridad social está en el punto en el que los ingresos a la nómina que lo financian ya no compensan las erogaciones que el sistema genera.
Al finalizar el tercer trimestre de 2010, la deuda del gobierno federal llegó a US$14.7 trillones (95% del PIB). Dos terceras partes de los acreedores de esa deuda son inversionistas nacionales y extranjeros y gobiernos extranjeros. El resto está en manos del propio gobierno a través de sus fondos como el de al seguridad social (que entrará en déficit próximamente, tal como se indicó atrás).
La deuda del gobierno federal es de muy corto plazo y los pagos de intereses ya constituyen una pesada carga sobre el presupuesto (US$414 billones en el año fiscal de 2010). Podrían ser muy superiores sino fuera por las inusuales reducidas tasas de interés prevalecientes. Pero eventualmente esta situación de bajas tasas se revertirá, y cuando ello suceda, con una deuda creciente debido a los elevados déficit fiscales actuales, los pagos de intereses podrían tornarse explosivos.
Ahora bien, del total del presupuesto del gobierno federal solamente una sexta parte es gasto discrecional, es decir, gasto sobre el cual existe una cierta flexibilidad para introducir modificaciones. Lo demás son compromisos ya adquiridos, a lo que habría que añadir la muy costosa reforma de la salud aprobada en 2010. Se requieren decisiones de fondo y un firme liderazgo para modificar una inercia presupuestal como la que trae el gobierno federal de Estados Unidos.
Con este sombrío panorama fiscal no solamente se está poniendo en riesgo la continuidad del dólar como moneda de reserva internacional, sino también la posición de Estados Unidos como primera potencia del planeta. De hecho, cada vez importan menos las posiciones de política internacional del gobierno de Obama. Una potencia arruinada, ni es ejemplo ni tiene la capacidad de mantener su influencia en los distintos escenarios mundiales.
Según la Congressional Budget Office (CBO), el déficit del gobierno federal en el año fiscal que termina en septiembre de 2011 será la bobadita de US$1.5 trillones (de los trillones en inglés) o el equivalente a 9,8% del PIB. En el año fiscal de 2010 este déficit fue US$1.3 trillones (8,9% del PIB) y en el año fiscal de 2009 fue US$1.4 trillones (10% del PIB).
El aumento del déficit fiscal en 2011 llega en momentos en que la economía está creciendo en el horizonte de 3% anual. No obstante el mayor aumento del PIB en 2011 frente a años anteriores, el déficit se está incrementado. O sea que se trata de un déficit estructural, de esos que son inelásticos al desempeño económico. La CBO señala que en este año el gobierno federal tendrá que prestar 40 centavos por cada dólar que gasta.
A lo anterior se agregan los inmanejables déficit de muchos estados importantes, como California, New York, e Illinois. Además, el sistema de seguridad social está en el punto en el que los ingresos a la nómina que lo financian ya no compensan las erogaciones que el sistema genera.
Al finalizar el tercer trimestre de 2010, la deuda del gobierno federal llegó a US$14.7 trillones (95% del PIB). Dos terceras partes de los acreedores de esa deuda son inversionistas nacionales y extranjeros y gobiernos extranjeros. El resto está en manos del propio gobierno a través de sus fondos como el de al seguridad social (que entrará en déficit próximamente, tal como se indicó atrás).
La deuda del gobierno federal es de muy corto plazo y los pagos de intereses ya constituyen una pesada carga sobre el presupuesto (US$414 billones en el año fiscal de 2010). Podrían ser muy superiores sino fuera por las inusuales reducidas tasas de interés prevalecientes. Pero eventualmente esta situación de bajas tasas se revertirá, y cuando ello suceda, con una deuda creciente debido a los elevados déficit fiscales actuales, los pagos de intereses podrían tornarse explosivos.
Ahora bien, del total del presupuesto del gobierno federal solamente una sexta parte es gasto discrecional, es decir, gasto sobre el cual existe una cierta flexibilidad para introducir modificaciones. Lo demás son compromisos ya adquiridos, a lo que habría que añadir la muy costosa reforma de la salud aprobada en 2010. Se requieren decisiones de fondo y un firme liderazgo para modificar una inercia presupuestal como la que trae el gobierno federal de Estados Unidos.
Con este sombrío panorama fiscal no solamente se está poniendo en riesgo la continuidad del dólar como moneda de reserva internacional, sino también la posición de Estados Unidos como primera potencia del planeta. De hecho, cada vez importan menos las posiciones de política internacional del gobierno de Obama. Una potencia arruinada, ni es ejemplo ni tiene la capacidad de mantener su influencia en los distintos escenarios mundiales.