En el segundo trimestre de 2011 su PIB creció apenas 1.3%. Se reajustó el estimativo de aumento del primer trimestre de 1,9% a un lánguido 0,4%.
Nada de raro que cuando se realice el cálculo definitivo del segundo trimestre la cifra recién publicada pase a ser cercana a cero o incluso negativa. Este desempeño decreciente en el primer semestre de 2011 no tiene nada que ver con el actual debate sobre el límite de la deuda del gobierno federal. Para poner en contexto este comportamiento, en 2009 el PIB cayó 3,5% y en 2010 se incrementó en 3%.
Se trata, sin lugar a dudas, de la segunda recaída de la economía norteamericana. Pero esta vez, gracias a la gestión del gobierno de Barack Obama, se llega ahí con tres años de déficit fiscales anuales en el horizonte de 10% del PIB, con una deuda pública que trae una trayectoria explosiva, con varios paquetes de estímulo que ya fueron implementados, y con tasas de interés que no se pueden reducir más.
Es decir, al empezar los últimos cinco meses de 2011 las autoridades económicas de Estados Unidos no disponen de margen de maniobra alguno para evitar la destorcida que se avecina. Es más, es inevitable un gran ajuste fiscal, como el propuesto por los congresistas del Partido Republicano, a menos que el país se convierta en una especie de Grecia, pero de apocalípticas proporciones. Este inevitable ajuste traerá una profundización del ciclo recesivo, pero constituiría el inicio de la salida del atolladero en el que está esa economía.
Ahora bien, el problema es que la situación económica de la Comunidad Europea, después de lustros de políticas derrochadoras social demócratas, es igual de precaria y vulnerable a la de Estados Unidos. Otra economía importante del planeta, la de Japón, se encuentra sobre endeudada y sin capacidad para crecer mayormente. Y por el lado de la economía de China, cada vez son mayores los indicios de que está próxima a reventarse la burbuja de inversión que promovieron de manera irresponsable las autoridades de ese país.
Mejor dicho, a prepararse para otra crisis de la economía global, probablemente peor que la que se presentó a finales de 2008 y durante 2009. Y esperar que en esta ocasión, a diferencia de hace dos años, los políticos que dirigen las principales economías del planeta sean capaces de aplicar el remedio, someterse con disciplina a un período de convalecencia y luego encauzar a sus países nuevamente por el sendero de un crecimiento sostenible.
Se trata, sin lugar a dudas, de la segunda recaída de la economía norteamericana. Pero esta vez, gracias a la gestión del gobierno de Barack Obama, se llega ahí con tres años de déficit fiscales anuales en el horizonte de 10% del PIB, con una deuda pública que trae una trayectoria explosiva, con varios paquetes de estímulo que ya fueron implementados, y con tasas de interés que no se pueden reducir más.
Es decir, al empezar los últimos cinco meses de 2011 las autoridades económicas de Estados Unidos no disponen de margen de maniobra alguno para evitar la destorcida que se avecina. Es más, es inevitable un gran ajuste fiscal, como el propuesto por los congresistas del Partido Republicano, a menos que el país se convierta en una especie de Grecia, pero de apocalípticas proporciones. Este inevitable ajuste traerá una profundización del ciclo recesivo, pero constituiría el inicio de la salida del atolladero en el que está esa economía.
Ahora bien, el problema es que la situación económica de la Comunidad Europea, después de lustros de políticas derrochadoras social demócratas, es igual de precaria y vulnerable a la de Estados Unidos. Otra economía importante del planeta, la de Japón, se encuentra sobre endeudada y sin capacidad para crecer mayormente. Y por el lado de la economía de China, cada vez son mayores los indicios de que está próxima a reventarse la burbuja de inversión que promovieron de manera irresponsable las autoridades de ese país.
Mejor dicho, a prepararse para otra crisis de la economía global, probablemente peor que la que se presentó a finales de 2008 y durante 2009. Y esperar que en esta ocasión, a diferencia de hace dos años, los políticos que dirigen las principales economías del planeta sean capaces de aplicar el remedio, someterse con disciplina a un período de convalecencia y luego encauzar a sus países nuevamente por el sendero de un crecimiento sostenible.
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