Se ha rebelado contra el dictador Gaddafi, mientras las potencias mundiales observan incrédulas. A todas las tomó por sorpresa lo que allí está pasando.
Los principales países del planeta estaban conviviendo con el dictador libio Muammar el-Gaddafi sin mayores problemas. En 2004 hizo las paces con Estados Unidos a cambio de renunciar a las armas nucleares y de destrucción masiva. También a cambio de una jugosa indemnización, cercana a US$1.500 millones, a las familias de las víctimas del sabotaje al avión Pan Am 103.
Desde entonces Gaddafi dejó de ser tratado como un paria en la comunidad internacional. Una cierta apertura en negocios y mejores relaciones con el resto del mundo promovidas especialmente por uno de sus hijos Saif al-Islam, contribuyeron a fortalecer la imagen de un Gaddafi interesado en que Libia fuera aceptada en el concierto de las naciones civilizadas del mundo.
Gaddafi se había convertido en un dictador predecible, al igual que muchos otros en el mundo árabe. Esa figura es una con la cual conviven sin problema Europa y Estados Unidos. Es preferible un dictador predecible que una democracia impredecible en países sin una mínima institucionalidad política. Y efectivamente Gaddafi, en su largo reinado de 42 años, no movió un dedo para crear esa institucionalidad.
Ahora bien, Libia es exportador de petróleo (1.6 millones de barriles diarios). Tiene reservas para exportar más. Es un país desértico poco poblado: apenas 6 millones de habitantes. Aunque es mínima su contribución a la producción mundial de petróleo, el actual conflicto llega en un momento en que el mercado del crudo está nervioso por los eventos políticos en África del Norte y Medio Oriente y por una demanda que tiende a crecer más que la oferta.
La reacción de Barack Obama ha sido más tímida de la que tuvo con el dictador egipcio Hosni Mubarak un mes antes. Lo mismo podría decirse de otros importantes mandatarios. Sin duda, a pesar de todas las organizaciones de “inteligencia” que poseen los gobiernos, la revolución libia los tomó por sorpresa.
Los actos de barbarie cometidos por Gaddafi para sostenerse en el poder han sido mucho peores que los de Mubarak. Llama la atención la heroica resistencia del pueblo libio. Los libios, sin ayuda de fuerzas externas, por sí mismos, jugándose la vida, han puesto en jaque a una de las dictaduras más implacables y duraderas del planeta. Si triunfan, no le deberán nada a nadie. Y es tal vez esto lo que más temen algunos gobiernos extranjeros.
Gaddafi ejecutó en su momento varios actos de terrorismo con miles de víctimas. Persiguió hasta el asesinato a sus opositores políticos. Ahora habrá que adicionarle a su haber la vida de otros miles de civiles desarmados que han manifestado en su contra y que hacen parte del pueblo que él dice gobernar. “El que no me ame, no merece vivir”, dijo recientemente.
Prefiere la destrucción de su país a dejar el poder. Un cobarde y ególatra sin límites, este siniestro personaje. Un personaje, que no obstante sus criminales antecedentes, se convirtió, con el paso del tiempo, en un “pintoresco” amigo de las principales burocracias gubernamentales e internacionales del planeta.
Desde entonces Gaddafi dejó de ser tratado como un paria en la comunidad internacional. Una cierta apertura en negocios y mejores relaciones con el resto del mundo promovidas especialmente por uno de sus hijos Saif al-Islam, contribuyeron a fortalecer la imagen de un Gaddafi interesado en que Libia fuera aceptada en el concierto de las naciones civilizadas del mundo.
Gaddafi se había convertido en un dictador predecible, al igual que muchos otros en el mundo árabe. Esa figura es una con la cual conviven sin problema Europa y Estados Unidos. Es preferible un dictador predecible que una democracia impredecible en países sin una mínima institucionalidad política. Y efectivamente Gaddafi, en su largo reinado de 42 años, no movió un dedo para crear esa institucionalidad.
Ahora bien, Libia es exportador de petróleo (1.6 millones de barriles diarios). Tiene reservas para exportar más. Es un país desértico poco poblado: apenas 6 millones de habitantes. Aunque es mínima su contribución a la producción mundial de petróleo, el actual conflicto llega en un momento en que el mercado del crudo está nervioso por los eventos políticos en África del Norte y Medio Oriente y por una demanda que tiende a crecer más que la oferta.
La reacción de Barack Obama ha sido más tímida de la que tuvo con el dictador egipcio Hosni Mubarak un mes antes. Lo mismo podría decirse de otros importantes mandatarios. Sin duda, a pesar de todas las organizaciones de “inteligencia” que poseen los gobiernos, la revolución libia los tomó por sorpresa.
Los actos de barbarie cometidos por Gaddafi para sostenerse en el poder han sido mucho peores que los de Mubarak. Llama la atención la heroica resistencia del pueblo libio. Los libios, sin ayuda de fuerzas externas, por sí mismos, jugándose la vida, han puesto en jaque a una de las dictaduras más implacables y duraderas del planeta. Si triunfan, no le deberán nada a nadie. Y es tal vez esto lo que más temen algunos gobiernos extranjeros.
Gaddafi ejecutó en su momento varios actos de terrorismo con miles de víctimas. Persiguió hasta el asesinato a sus opositores políticos. Ahora habrá que adicionarle a su haber la vida de otros miles de civiles desarmados que han manifestado en su contra y que hacen parte del pueblo que él dice gobernar. “El que no me ame, no merece vivir”, dijo recientemente.
Prefiere la destrucción de su país a dejar el poder. Un cobarde y ególatra sin límites, este siniestro personaje. Un personaje, que no obstante sus criminales antecedentes, se convirtió, con el paso del tiempo, en un “pintoresco” amigo de las principales burocracias gubernamentales e internacionales del planeta.