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Jorge Ospina Sardi
 
Juan Luis Mejía condena el culto al avispado o avivato en la cultura colombiana, pero lo hace sin llegar al quid del asunto.
 
El título de su artículo en el diario El Tiempo (septiembre 2 de 2012) es muy sugestivo: “¿Por qué le rendimos culto al avivato?” Al comienzo de ese artículo Mejía intenta definir el concepto de avivato (lo castizo es avivado) confundiéndolo con el de avispado. Ahí empiezan los problemas de definición.

El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia define avispado, que es el término mas empleado por Mejía en el artículo, como “vivo, despierto, agudo”. A su vez, define avivado como “aprovechado, que actúa rápidamente en beneficio propio”. Dejemos entonces a un lado el término avispado, puesto que al final de cuentas todos, sin excepción, buscamos estar vivos, despiertos y agudos en nuestras actividades cotidianas.

Realmente lo que reprocha Mejía es la prevalencia del avivado en la cultura colombiana. Pero en realidad, luego de varios párrafos farragosos, donde se confunde avivado con avispado, se discierne que lo que condena el rector de Eafit es al aprovechado, cuando este viola reglas establecidas. Porque, pensamos nosotros, un avivado que actúa rápidamente en beneficio propio sin violentar reglas establecidas, no tiene porque ser objeto de condena pública.

Al final del artículo Mejía se indigna con lo que él llama la nueva aspiración social, la del “dinero rápido”. Sostiene que “en la velocidad para obtener rendimientos está, en buena medida la clave para entender la nueva economía y el impacto social que esta conlleva”. Y concluye que “el peor daño social que introdujo la economía narco fue el rompimiento de la ecuación esfuerzo/resultado”.

Pero vamos por partes. En primer lugar, el afán por obtener rendimientos rápidos en los negocios es perfectamente legítimo, mas aún en una sociedad pobre donde la tasa de descuento que se aplica a beneficios futuros es alta y especialmente entre personas que se ganan su sustento día a día y que no se pueden dar el lujo de esperar por rendimientos mas adelante.

Esto del afán por rendimientos rápidos, por el dinero rápido, no solamente depende de la situación particular de cada quien sino que ha sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad en todas las culturas. Es más, utilizamos una tasa de descuento explícita o implícitamente a la hora de evaluar beneficios futuros precisamente porque preferimos siempre recibir beneficios ahora en el presente que promesas de disfrutarlos mas adelante en el futuro (lo que explica en parte la existencia de una tasa de interés). Lo describe a la perfección el dicho popular: “Preferible pájaro en mano que cien volando”.

O sea que Mejía moraliza equivocadamente sobre la naturaleza misma del ser humano. Pues es parte de la naturaleza humana favorecer actividades que conducen a ganancias mas rápidas que mas lejanas y adicionalmente, buscar la mayor ganancia con el menor esfuerzo, lo que constituye en todas las culturas la premisa fundamental detrás de los esfuerzos económicos. Sin la existencia de esa racionalidad que es un componente integral de la naturaleza humana, y que algunos moralistas pretenden suprimir, se impondría el despilfarro y el derroche en la utilización del tiempo y de los recursos productivos (los que por definición son escasos).

En segundo lugar, Mejía es en extremo ambiguo. “El avispado (ha debido decir el avivado) tiene profunda confianza en sí mismo; por tanto no requiere de preparación, dado que su astucia natural le permite salir triunfante en todas las situaciones”. Y luego agrega: “El avispado no prevé las situaciones, las resuelve en cada momento gracias a su viveza. Para el avispado, la mejor universidad es la calle y la vida. El avispado no cree en el esfuerzo, pues sabe como ganársela de ojo… Para el avispado no hay mayor alegría que sacar ventaja en cada negocio”.

Como dirían los ingleses, ¿so what? Hay avivados que se tienen confianza en sí mismos y los hay otros que no se la tienen. Hay avivados académicamente preparados y hay avivados que no lo están. Hay avivados que actúan con mas astucia que otros. Hay avivados que prevén mejor las situaciones que otros avivados. Hay avivados que reciben sus enseñanzas de la calle y la vida, y los hay que la extraen de libros o tutores. Tanto los mas avivados como los menos avivados están de acuerdo en que de lo que se trata es de obtener el máximo beneficio posible con el menor esfuerzo posible. Y a todos los seres humanos, sin excepción, les alegra sacar ventaja en los negocios que realizan.

El problema con la argumentación de Mejía es que no va directo al grano. Lo que realmente le produce indignación es la existencia de personas que se aprovechan de situaciones específicas para obtener ganancia burlando las reglas establecidas. Los que engañan, hacen fraude o trampa, son contra quienes el rector intenta dirigir sus dardos, pero desafortunadamente sin dar en el blanco.

Mejía recurre a ese lugar común, el ejemplo de la fila. Hace el contraste entre el ingenuo que respeta la fila y el avivado que se cuela. Pero no es capaz de profundizar en el tema, con conclusiones que podrían aplicarse a otros casos como el irrespeto a las reglas de tránsito y a otras normas. En el caso de la fila lo primero que hay que preguntarse es, ¿por qué no se respeta la fila? Si una fila no es fila porque todo el mundo se cuela, el que no se cuela nunca llega a la ventanilla. El problema no es que haya personas que se cuelen, sino que no hay fila. O dicho de otra manera, el problema es que no hay un sistema organizado que puede denominarse “fila”. Entonces, de lo que se trata es de establecer un sistema con las reglas propias de una fila y con las debidas sanciones a quien viola esas reglas (por ejemplo no ser atendido en la ventanilla).

Un ejemplo que se viene a la mente es el del ingreso de la gente a los buses en el sistema Transmilenio de Bogotá en horas pico. Las administraciones distritales no han implementado un sistema ordenado de ingreso a los buses y que sea consecuente con la salida de los pasajeros de los mismos. El resultado es que la gente ingresa antes de que la gente salga y que solo es posible ingresar a tropezones y con el uso de la fuerza bruta. El ingenuo que se queda esperando que le respeten su turno, simplemente se quedará esperando ahí por el resto del día.

De acuerdo con sus definiciones, para Mejía todos los usuarios del Transmilenio serían entonces unos despreciables avivados. Pero realmente lo que sucede es que no es un sistema organizado con unas reglas mínimas que se respeten. Al no ser un sistema organizado con reglas, no se le puede pedir a la gente que actúe como si esas reglas existieran. El problema en este caso no es que Bogotá esté repleto de avivados que utilizan el Transmilenio sino que sus autoridades han sido incapaces de organizar un sistema coherente de flujo de pasajeros en las estaciones de buses.

Por ejemplo, Mejía señala que en Colombia “desde la primera infancia, en el imaginario social, se descalifica al que obra correctamente y sobresale por sus virtudes académicas… Así el héroe escolar no es el alumno excelente, sino el avivato, el más hábil para el pastel o la copialina”. Y a renglón seguido indica que “esta conducta se extiende a la universidad… Los datos son contundentes: entre el 94% y el 95% de los estudiantes de las universidades han cometido por lo menos una vez una de las 14 conductas consideradas fraude académico”.

No nos dice Mejía cuál es la situación en otros países, pero si en Colombia estas reprobables conductas son casi la norma, es porque sencillamente en la práctica no se implementa un sistema de reglas sobre este particular. Por ejemplo, si se prohíbe pero se permite el uso extendido de la copia en los exámenes, la gran mayoría de los estudiantes violarán la prohibición. Eso no quiere decir que los alumnos sean unos avivados sino que el sistema, tal como es, coloca en gran desventaja a los que siguen las reglas frente a los que no las siguen.

De manera que el énfasis del análisis de Mejía debió haber sido en la falta de sistemas civilizados de interacción social en Colombia, en donde el respeto por las reglas sea la conducta que trae los mejores resultados. Esos sistemas, sin excepción requieren de sanciones a quienes violan las reglas. No es solo un tema de persuasión a través de exhortaciones a la moral y a la buena conducta. Se requiere que quienes violen las normas sean sancionados y queden en desventaja frente a quienes las cumplen.

Pero en Colombia esto último no ha sido siempre el caso. El narcotráfico prosperó porque quienes se beneficiaron no recibieron oportunamente las sanciones que les correspondía. Igual a lo que ahora se propone con los crímenes de lesa humanidad que han cometido los cabecillas de una organización delictiva como las Farc. Y pensar que los colombianos todavía se sorprenden porque en su país prosperan toda clase de comportamientos al margen de reglas y normas cuando ni siquiera hay un sistema que haga respetar su cumplimiento.
 
Como en el caso de Mejía, la mayoría de los colombianos no nos percatamos que la explicación no es la de que somos innatamente avivados, mas que en otras partes del planeta. La explicación no reside en que seamos mas o menos avivados. La explicación mas razonable es la de que nuestro comportamiento avivado tiende a ser destructivo en lugar de constructivo porque estamos atrasados en aquello de implementar reglas de convivencia civilizada tanto en las mas complejas como en las mas simples esferas de la vida en comunidad.