Andreas Lubitz, el copiloto que intencionalmente estrelló un avión con 150 personas a bordo, cometió un acto de terrorismo de infinitas proporciones.
Apenas se supo la noticia, los investigadores dijeron que no se trataba de un acto terrorista porque no había motivaciones religiosas o políticas detrás. Se ha vuelto costumbre asociar actos de matanzas colectivas con terrorismo solo cuando el criminal se escuda bajo alguna creencia política o religiosa.
Por ejemplo, cuando un joven islámico se suicida haciendo explotar una bomba en un sitio concurrido, todos al unísono lo catalogan como un acto terrorista. Igual sucede cuando bajo una disculpa de carácter político alguien asesina indiscriminadamente a indefensos civiles.
Pero cuando el caso es como el de Lubitz, o sea el de un individuo aislado y sin conexiones con grupos religiosos o políticos, entonces se lo califica como el acto de un desquiciado, que inesperadamente perdió la razón presionado por circunstancias adversas en su vida.
Y es así como distintos siquiatras han salido opinar, muchos de ellos sin mayor o ningún conocimiento de causa, que Lubitz sufría de depresión. Pues si, todo indica que ello era así. Pero se estima que al menos 10% de la población del planeta sufre de algún tipo de depresión y los afectados no se la pasan por ahí suicidándose y de paso asesinando a cientos de personas.
Que la vida se le había vuelto insoportable al copiloto, que terminó relaciones con su novia, que ya no tenía posibilidades de lograr su mayor aspiración laboral que era ser comandante de un avión, que sufría de desprendimiento de la retina lo que hacía peligrar su actividad como piloto, y en fin, que al “pobrecito” la vida lo estaba tratando mal.
Pero a cuántos seres humanos en el planeta las circunstancias de sus vidas se les tornan adversas, o pasan por unas rachas sumamente difíciles de superar, y sin embargo no se los ve llevándose consigo a la tumba a 150 personas, entre los que estaban compañeros de trabajo y hombres, mujeres y niños de diferentes nacionalidades y condiciones.
Por el terrible impacto de su acción, Lubitz debería ser catalogado como un terrorista de la peor calaña. Un ser humano embebido en si mismo, para quien el resto de la humanidad no interesaba en lo mas mínimo. Un mediocre súper ególatra que en una ocasión afirmó: “Un día voy a hacer algo por lo que todos recordarán mi nombre”. Siniestro anticipo del terror a que iba a someter a cientos de personas.
En realidad no importan sus motivaciones. Ni tampoco las explicaciones de los siquiatras. ¿Acaso importan las inexplicables motivaciones de los terroristas que asesinan a decenas o cientos de seres humanos? Serán por siempre inexplicables para la gran mayoría del resto de los mortales que nada que ver con este tipo de conductas.
Lo único relevante es el daño irreparable a otros seres humanos y a sus familiares. Lo único importante es guardar la esperanza de nunca ser la víctima de un acto de tan fría e inconcebible maldad.
Por ejemplo, cuando un joven islámico se suicida haciendo explotar una bomba en un sitio concurrido, todos al unísono lo catalogan como un acto terrorista. Igual sucede cuando bajo una disculpa de carácter político alguien asesina indiscriminadamente a indefensos civiles.
Pero cuando el caso es como el de Lubitz, o sea el de un individuo aislado y sin conexiones con grupos religiosos o políticos, entonces se lo califica como el acto de un desquiciado, que inesperadamente perdió la razón presionado por circunstancias adversas en su vida.
Y es así como distintos siquiatras han salido opinar, muchos de ellos sin mayor o ningún conocimiento de causa, que Lubitz sufría de depresión. Pues si, todo indica que ello era así. Pero se estima que al menos 10% de la población del planeta sufre de algún tipo de depresión y los afectados no se la pasan por ahí suicidándose y de paso asesinando a cientos de personas.
Que la vida se le había vuelto insoportable al copiloto, que terminó relaciones con su novia, que ya no tenía posibilidades de lograr su mayor aspiración laboral que era ser comandante de un avión, que sufría de desprendimiento de la retina lo que hacía peligrar su actividad como piloto, y en fin, que al “pobrecito” la vida lo estaba tratando mal.
Pero a cuántos seres humanos en el planeta las circunstancias de sus vidas se les tornan adversas, o pasan por unas rachas sumamente difíciles de superar, y sin embargo no se los ve llevándose consigo a la tumba a 150 personas, entre los que estaban compañeros de trabajo y hombres, mujeres y niños de diferentes nacionalidades y condiciones.
Por el terrible impacto de su acción, Lubitz debería ser catalogado como un terrorista de la peor calaña. Un ser humano embebido en si mismo, para quien el resto de la humanidad no interesaba en lo mas mínimo. Un mediocre súper ególatra que en una ocasión afirmó: “Un día voy a hacer algo por lo que todos recordarán mi nombre”. Siniestro anticipo del terror a que iba a someter a cientos de personas.
En realidad no importan sus motivaciones. Ni tampoco las explicaciones de los siquiatras. ¿Acaso importan las inexplicables motivaciones de los terroristas que asesinan a decenas o cientos de seres humanos? Serán por siempre inexplicables para la gran mayoría del resto de los mortales que nada que ver con este tipo de conductas.
Lo único relevante es el daño irreparable a otros seres humanos y a sus familiares. Lo único importante es guardar la esperanza de nunca ser la víctima de un acto de tan fría e inconcebible maldad.