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Las actuales corrientes políticas de América Latina apuntan en direcciones opuestas al de la mal llamada revolución “bolivariana”.
 
Si se miran los resultados de las últimas elecciones y de las encuestas, se infieren que esas corrientes van en contravía de los movimientos que simpatizan con Chávez. En Argentina, sus amigos Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner fueron estruendosamente derrotados en las pasadas elecciones legislativas. En México, el partido de la izquierda, el PRD, también fue ampliamente derrotado en las recientes elecciones federales. En Panamá, fue elegido como Presidente el empresario Ricardo Martinelli de centro derecha. En Brasil, las encuestas presidenciales las encabeza el gobernador del estado de Sao Paulo José Serra, quien ideológicamente es de centro. En Chile, las encuestas favorecen al empresario de centro derecha Sebastián Piñera. En Perú, Keiko Fujimori y Luis Castañeda Lossio superan en las encuestas a Ollanta Humala, el candidato que más se aproxima a la línea ideológica de Chávez. En Colombia, va adelante el Presidente Álvaro Uribe si hubiere reelección, y sin reelección el favorito es Juan Manuel Santos quien es el político colombiano más criticado por Chávez después de Uribe. En Costa Rica, es probable el triunfo de Laura Chinchilla del mismo partido del moderado Oscar Arias. En Uruguay, Paraguay, San Salvador y Guatemala, sus izquierdas gobernantes han tomado una prudente distancia del líder venezolano. En Honduras… pase lo que pase su influencia parece que quedó por ahora comprometida.

Incluso, como si lo anterior fuera poco, su gran amigo el Presidente de Irán Mahmud Amahdineyad ganó unas elecciones cuestionadas por fraude y su poder quedó disminuido. En Europa, los partidos de centro derecha están triunfantes.

Le quedarían Ecuador, Bolivia y Nicaragua. En los tres países la situación económica es una de deterioro, en parte por la implementación de políticas erróneas, y es inevitable que aumente el inconformismo de la población si no se revierten las tendencias.  

Entonces, ¿qué le queda a Chávez? Una Cuba que nuevamente enfrenta agudos y crecientes problemas económicos y que requerirá de mayores ayudas y subsidios por parte de Venezuela.

Pero también le queda una Venezuela con su economía hecha añicos. El país se ha vuelto más dependiente que nunca de las exportaciones de petróleo. Chávez se las ha arreglado para poner patas arriba a todo el aparato productivo venezolano. Vocifera contra Colombia, pero no puede vivir sin los productos básicos de ese país, lo mismos que sus deterioradas empresas ya no producen. Horas y horas de verborrea amenazante sobre retaliaciones comerciales, cuando su gobierno se ha encargado de socavar las bases de un razonable auto abastecimiento. (En Colombia, ya pocos le hacen caso a las recurrentes bravuconadas de Chávez: la gente las califica como “otra más de sus pataletas”).

El PIB de Venezuela se encuentra en una contracción que las cuestionadas estadísticas oficiales sitúan en 3%. A  pesar de la recesión económica, de una gasolina regalada y de una tasa de cambio absurdamente sobrevaluada (la tasa no oficial es más de tres veces la oficial), la inflación sigue campante en un nivel que bordea el 30%, el más alto de América Latina. Su gobierno despilfarró los inmensos recursos de la pasada bonanza petrolera (algo así como US$250.000 millones durante cuatro años), sin resolver mayormente los problemas de pobreza y sin invertir en la modernización de la infraestructura petrolera que es, ahora más que nunca, crucial para el futuro económico del país.  

No hay que perder de vista que Venezuela es por lejos, gracias a una reservas petroleras privilegiadas, que son regalo del cielo y no hechura del pueblo, el que recibe la mayor cantidad de divisas por habitante entre los países de América Latina. Debería ser el país más rico y próspero del Continente. Pero no lo es. Y con Chávez se ha distanciado aún más de serlo.

En medio de una economía que abunda en divisas, la mayoría de personas y empresas no tienen acceso a ellas. En cambio, burócratas y amigos del gobierno las obtienen a precio de ganga. Pero más grave aún, no existe transparencia en las cuentas fiscales, por lo que nadie se entera de cómo se gastan los dineros públicos.

Hugo Chávez ha maltratado a media Venezuela impunemente y le ha dado por acallar a los medios de comunicación que le son críticos. Tanto él como sus subalternos seguramente piensan que si la gente no escucha a los críticos entonces la población se creerá las mentiras oficiales. O de pronto piensan que es posible lavarle el celebro a los venezolanos para que piensen igual a como ellos, unos burócratas, incultos en su mayoría, sin noción alguna de los matices y las diversidades que surgen en toda comunidad civilizada.  

Todo lo anterior no ha puesto en peligro al gobierno de Chávez. Lo cierto es que su gobierno ha corrompido hasta los tuétanos a los militares, quienes se han convertido en miembros de una casta privilegiada. Estos militares, no obstante los recursos que han recibido, ni siquiera han sido capaces de controlar la creciente inseguridad que azota las zonas urbanas y rurales del país.

Chávez también ha corrompido hasta los tuétanos al movimiento sindical, entregándole las empresas, como si ellos fueran los dueños, o sea despojando a los verdaderos dueños de sus títulos legítimos de propiedad. Ha convertido a los sindicatos en vulgares ladrones de activos productivos y en usurpadores de administraciones que no están capacitados para ejercer.

Chávez se ha sostenido ante todo con el apoyo de militares y sindicatos. Pero los militares y los trabajadores sindicalizados no son idóneos para reemplazar en funciones de dirección y organización a capitalistas, empresarios y ejecutivos capacitados. Como tampoco los podrán reemplazar los ineficientes y también corruptos ideólogos burócratas que se sientan en un escritorio a disponer alegremente del destino de empresas, negocios y seres humanos. Este esquema simplón, burdo y abusivo se ha intentado en otros países y épocas, con resultados desastrosos.

La economía venezolana seguirá de tumbo en tumbo, a menos que se vuelva a duplicar el precio internacional del petróleo. Pero si el milagro no llega, no habrá otra salida que devaluar el bolívar, desmontar los controles de precios y reducir subsidios. Chávez se ha demorado en hacerlo por cobardía: prefiere engañar a la población y engañarse a sí mismo, desconociendo olímpicamente las duras realidades que enfrenta.  

Incluso, no sería de extrañar que Chávez y sus amigos los burócratas ideólogos, ante esas dificultades, hayan decidido optar por un camino similar al de Cuba en los años setenta. Cuando en ese entonces los hermanos Fidel y Raúl Castro se percataron que la suerte de los cubanos con el sistema comunista (un sistema que les daba a ellos un poder absoluto) era el de una pobreza generalizada, resolvieron reprimir al máximo a la población. La subyugaron apoderándose de todo en la isla y castigando hasta al más infeliz de los contradictores. Todo ello mientras los “intelectuales” latinoamericanos, salvo muy contadas excepciones, se hacían los de la vista gorda y aplaudían hasta rabiar los supuestos “milagros” de la revolución cubana.

Daría la impresión que Venezuela va por el mismo camino de Cuba en los años setenta. Alguien decía que “el petróleo da para todo: hasta para financiar un régimen comunista”. A lo mejor es cierto. Sucedió durante un tiempo con la Unión Soviética, país que también dependía de las exportaciones de petróleo. Pero allá finalmente el petróleo no alcanzó. El sistema comunista fue tan ineficiente que el petróleo no evitó el derrumbe del país emblemático.

Pero más importante que las consideraciones puramente económicas son las políticas. Porque el comunismo como lo interpreta Chávez y su séquito es uno donde las libertades mínimas no son reconocidas ni aceptadas. ¿Querrán los venezolanos vivir sin esas libertades? ¿Estarán tan miopes como para no darse cuenta por donde va el agua del molino? ¿Estarán tan trastornados como para pensar que un régimen comunista es económicamente viable? Estarán tan embriagados como para creer que vale la pena sacrificar el mañana o el pasado mañana a cambio de una pingüe satisfacción en el presente? Los únicos que pueden contestar estos y otros interrogantes son sólo ellos, los venezolanos.

En cuanto al resto del Continente, los indicios señalados al inicio de esta nota sugieren que el camino de Chávez, el que está intentando imponer a la fuerza en su país, no es el que prefieren los pueblos. En estos otros países, no hay petróleo para botar por fuera de borda. Hay un mayor aprecio por las libertades políticas y económicas. Hay un más agudo y sofisticado sentido común sobre cómo funciona una economía. Hay la percepción de que el comunismo ya fracasó en Cuba, en Europa y en el resto del planeta y que está fracasando en Venezuela, el país más favorecido con recursos naturales de América Latina.