La diplomacia del nuevo gobierno de Colombia con Venezuela parece la propia de niños de escuela que resuelven sus problemas en la tienda de la esquina.
Una lástima que el mundo de los adultos no sea tan así. La respuesta de Chávez a la invitación a la posesión de Santos fue la de ratificar que solo restablecerá las relaciones comerciales si Colombia rompe el reciente acuerdo de cooperación militar con Estados Unidos. Obviamente eso no sucederá.
Lo otro que dijo Chávez es que Colombia debe respetar a su gobierno en temas como el de sus relaciones con el grupo narcoterrorista de las FARC. Es decir, en buen lenguaje, Colombia no debe manifestarse en relación con la hospitalidad y el apoyo que Chávez le brinda a las FARC. No parecería que Santos esté dispuesto a hacerse el de la vista gorda con este tema.
Por otro lado, es difícil restablecer relaciones comerciales con un país que expropió las principales empresas colombianas que allí operaban, que no ha pagado por las importaciones provenientes de Colombia y cuya economía se encuentra sumida en una profunda recesión.
Entonces, ¿qué gana Colombia con hacerle actualmente gestos de buena voluntad a Hugo Chávez? ¿Quedar bien ante el mundo? ¿Poner a la defensiva a Chávez?
Por definición, el mundo de la diplomacia es hipócrita. Este es uno de esos casos en el cual la hipocresía alcanza su máxima expresión. Chávez sencillamente no está interesado en tener relaciones normales con Colombia. Ni Colombia actualmente tiene nada que ganar con Venezuela. Y menos con una Venezuela impredecible, sólo interesada en puñaladas por la espalda.
No están dadas las bases mínimas para reiniciar una relación sincera y fructífera entre ambos países. La nueva Canciller de Colombia, María Ángela Holguín, ha dado unas declaraciones sobre este tema que parecen como de una extraterrestre.
Esta nueva funcionaria habla como si el conflicto entre Colombia y Venezuela fuese una trivialidad. Como si realmente no hubiere pasado nada importante que justifique las malas relaciones actuales. Como si un gesto (una invitación a tomarse una gaseosa) fuese suficiente para volver a la normalidad.
Hay ocasiones en las cuales la diplomacia se vuelve ridícula. Esta es una de ellas. El nuevo gobierno está improvisando. No se han dado unos pasos previos que garanticen resultados. Sus intentos de acercarse a Hugo Chávez lucen desnaturalizados e ingenuos. Sin peso en la cola.
Lo otro que dijo Chávez es que Colombia debe respetar a su gobierno en temas como el de sus relaciones con el grupo narcoterrorista de las FARC. Es decir, en buen lenguaje, Colombia no debe manifestarse en relación con la hospitalidad y el apoyo que Chávez le brinda a las FARC. No parecería que Santos esté dispuesto a hacerse el de la vista gorda con este tema.
Por otro lado, es difícil restablecer relaciones comerciales con un país que expropió las principales empresas colombianas que allí operaban, que no ha pagado por las importaciones provenientes de Colombia y cuya economía se encuentra sumida en una profunda recesión.
Entonces, ¿qué gana Colombia con hacerle actualmente gestos de buena voluntad a Hugo Chávez? ¿Quedar bien ante el mundo? ¿Poner a la defensiva a Chávez?
Por definición, el mundo de la diplomacia es hipócrita. Este es uno de esos casos en el cual la hipocresía alcanza su máxima expresión. Chávez sencillamente no está interesado en tener relaciones normales con Colombia. Ni Colombia actualmente tiene nada que ganar con Venezuela. Y menos con una Venezuela impredecible, sólo interesada en puñaladas por la espalda.
No están dadas las bases mínimas para reiniciar una relación sincera y fructífera entre ambos países. La nueva Canciller de Colombia, María Ángela Holguín, ha dado unas declaraciones sobre este tema que parecen como de una extraterrestre.
Esta nueva funcionaria habla como si el conflicto entre Colombia y Venezuela fuese una trivialidad. Como si realmente no hubiere pasado nada importante que justifique las malas relaciones actuales. Como si un gesto (una invitación a tomarse una gaseosa) fuese suficiente para volver a la normalidad.
Hay ocasiones en las cuales la diplomacia se vuelve ridícula. Esta es una de ellas. El nuevo gobierno está improvisando. No se han dado unos pasos previos que garanticen resultados. Sus intentos de acercarse a Hugo Chávez lucen desnaturalizados e ingenuos. Sin peso en la cola.