Los sucesos post electorales de Irán ilustran lo que ya se conoce de dictadores como Mahmoud Ahmadinejad. Cualquier parecido con Chávez, no es casualidad.
Al presentarse los resultados de las elecciones presidenciales quedó la sensación de que las autoridades habían hecho trampa a favor de Ahmadinejad. Ese solo hecho despertó protestas, que han crecido con el correr de los días, y no se saben adónde terminarán. El lema de la protesta es, “¿Dónde está nuestro voto?”.
Pero lo que parece exacerbó los ánimos fueron las declaraciones de Ahmadinejad en las que comparó a los manifestantes de las protestas con las barras bravas de fútbol después de la pérdida de su equipo, que lo único que logran es levantar polvo.
Obviamente el dictador tuvo que recular. Atinó a decir que se refería solamente a quienes dirigían los disturbios y atacaban personas. Que todos los demás iraníes eran valiosos. Que el gobierno está al servicio de todo el mundo. Y que a su gobierno le gustaba todo el mundo.
Mayor cinismo, imposible. Si algo caracteriza a estos dictadores es que sólo gobiernan para sí mismos y sus acólitos. Se valen de toda clase de clichés mentirosos y de chivos expiatorios para sostenerse en el poder. Acuden a los peores sentimientos y a los más bajos instintos de la población que gobiernan. Maltratan despiadadamente a sus opositores. Para ellos, sus países tienen dos clases de ciudadanos: los que están a favor y los que están en contra. Sólo se los ve tranquilos y confiados cuando piensan que han ganado una batalla en la guerra sin fin que libran. Pero después de cada batalla se inventan otra. Con la paranoia que les es propia, no tardan en encontrar nuevos enemigos. Simplemente sus guerras no tienen fin, porque son espíritus que sólo se energizan con el uso y abuso del poder que tienen.
Al igual que Ahmadinejad, el Presidente de Venezuela Hugo Chávez no deja pasar un día sin encontrar nuevos enemigos, sin librar nuevas batallas en contra de opositores reales o ficticios. Venezuela actualmente está dividido entre los amigos de Chávez y sus enemigos. Una mitad de la población por un lado y la otra mitad en el lado opuesto. Y los del lado opuesto, ¿acaso son venezolanos? Les escupe gruesos y odiosos epítetos todos los días. Los asfixia económicamente. Los persigue judicialmente. Les desconoce abiertamente sus derechos políticos. Son sus enemigos, contra los cuales hay que librar la guerra sin fin, la que es propia de todo dictador, sea en Irán o en Venezuela.
Un sistema democrático de gobierno va más allá de la simple elección de los gobernantes. Una de sus principales características, no lo suficientemente valorada y comentada, es que el gobernante que gana la elección, deja de ser el líder del grupo político que lo llevó al poder, para convertirse en el líder de todos los ciudadanos del país. El invento de la democracia surgió precisamente como un intento para erradicar las diferencias insalvables y unir a los ciudadanos alrededor de su gobierno. Quienes ganan en las elecciones, lo deben hacer en franca y honesta lid, y ese triunfo es carta de autorización para gobernar a todos, y no carta blanca para aplastar y humillar a quienes votaron en contra.
O sea que la democracia, en un estricto sentido, debería ser definida como el sistema que elige gobiernos de mayoría, para beneficio de la totalidad de los ciudadanos, sean éstos cercanos o lejanos, simpatizantes u opositores. Nada que ver, entonces, con la parcializada interpretación de “democracia” de Ahmadinajad y de su amigo Chávez.
Pero lo que parece exacerbó los ánimos fueron las declaraciones de Ahmadinejad en las que comparó a los manifestantes de las protestas con las barras bravas de fútbol después de la pérdida de su equipo, que lo único que logran es levantar polvo.
Obviamente el dictador tuvo que recular. Atinó a decir que se refería solamente a quienes dirigían los disturbios y atacaban personas. Que todos los demás iraníes eran valiosos. Que el gobierno está al servicio de todo el mundo. Y que a su gobierno le gustaba todo el mundo.
Mayor cinismo, imposible. Si algo caracteriza a estos dictadores es que sólo gobiernan para sí mismos y sus acólitos. Se valen de toda clase de clichés mentirosos y de chivos expiatorios para sostenerse en el poder. Acuden a los peores sentimientos y a los más bajos instintos de la población que gobiernan. Maltratan despiadadamente a sus opositores. Para ellos, sus países tienen dos clases de ciudadanos: los que están a favor y los que están en contra. Sólo se los ve tranquilos y confiados cuando piensan que han ganado una batalla en la guerra sin fin que libran. Pero después de cada batalla se inventan otra. Con la paranoia que les es propia, no tardan en encontrar nuevos enemigos. Simplemente sus guerras no tienen fin, porque son espíritus que sólo se energizan con el uso y abuso del poder que tienen.
Al igual que Ahmadinejad, el Presidente de Venezuela Hugo Chávez no deja pasar un día sin encontrar nuevos enemigos, sin librar nuevas batallas en contra de opositores reales o ficticios. Venezuela actualmente está dividido entre los amigos de Chávez y sus enemigos. Una mitad de la población por un lado y la otra mitad en el lado opuesto. Y los del lado opuesto, ¿acaso son venezolanos? Les escupe gruesos y odiosos epítetos todos los días. Los asfixia económicamente. Los persigue judicialmente. Les desconoce abiertamente sus derechos políticos. Son sus enemigos, contra los cuales hay que librar la guerra sin fin, la que es propia de todo dictador, sea en Irán o en Venezuela.
Un sistema democrático de gobierno va más allá de la simple elección de los gobernantes. Una de sus principales características, no lo suficientemente valorada y comentada, es que el gobernante que gana la elección, deja de ser el líder del grupo político que lo llevó al poder, para convertirse en el líder de todos los ciudadanos del país. El invento de la democracia surgió precisamente como un intento para erradicar las diferencias insalvables y unir a los ciudadanos alrededor de su gobierno. Quienes ganan en las elecciones, lo deben hacer en franca y honesta lid, y ese triunfo es carta de autorización para gobernar a todos, y no carta blanca para aplastar y humillar a quienes votaron en contra.
O sea que la democracia, en un estricto sentido, debería ser definida como el sistema que elige gobiernos de mayoría, para beneficio de la totalidad de los ciudadanos, sean éstos cercanos o lejanos, simpatizantes u opositores. Nada que ver, entonces, con la parcializada interpretación de “democracia” de Ahmadinajad y de su amigo Chávez.