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A la gente le gusta Facebook y eso es lo que cuenta. ¿Qué se esconde detrás de su éxito?
 
El éxito de Facebook es motivo de controversia. Son millones las personas que se han suscrito a Facebook, y a otros portales como Myspace y Twitter, para mostrarse y expresarse frente a amigos y extraños. Con la llegada del Internet se volvió fácil hacerlo. Y la gente, ni corta ni perezosa, acude a este tipo de portales. Incluso muchos han ido más allá y utilizan su propio blog.

En el caso de Facebook y portales similares, la conversación o diálogos versan, por lo general, sobre los temas más vanos y superfluos imaginables. Se trata ante todo de chismes relacionados con asuntos familiares o sucesos cotidianos que para quien los trasmite pueden ser importantes, pero para el resto de la humanidad sencillamente no lo son. Ahora bien, quien los transmite no se percata de que al resto de la humanidad le es totalmente indiferente su narración (o sus fotos). Ni le va ni le viene. Sin embargo, quien a través de Facebook se muestra y expresa, cree que por el solo hecho de aparecer en Internet se convierte en personaje de interés universal.

Luego está el tema de los círculos de “amistades” que se forman en estos portales. Muchos se alegran porque redescubren viejos amigos y descubren nuevos. Las listas de los círculos se amplían con facilidad. La gente es invitada a pertenecer a más y más círculos y ese solo hecho la hace sentir importante. Pero, a la hora de la verdad, al poco tiempo resulta evidente que los viejos amigos fueron y ya no lo son porque actualmente no se comparten intereses y entornos. Y que con los nuevos conocidos virtuales, con los que se conversa o dialoga en la red, tampoco hay mucho en común. Después de todo, no es tan fácil hacer verdaderas amistades y el Internet no hace milagros.

De manera que la gente que se pasa horas del día incrustada en Facebook lo que hace es perder el tiempo. Pero eso no importa. A la gente le gusta perder el tiempo. O mejor dicho, la gente cree que frente a un computador no pierde el tiempo, pero la verdad es que, como lo han descubierto muchas empresas con sus empleados, se puede procrastinar indefinidamente navegando en la red. Facebook se ha convertido en una forma socialmente aceptada de perder el tiempo, y no hay nada malo con ello. Quizás es preferible esta forma de perder el tiempo que otras más tradicionales, como mirarse el ombligo.

Sin embargo, una vez que han superado la etapa de “quema de fiebre”, muchos se han dado cuenta que Facebook poco o nada les aporta en términos de superación personal. Y la razón es simple. El contenido, en su casi totalidad, es inocuo, vano y superfluo. No es útil para nada. Al no ser útil, al no ser enriquecedor, al no aportarle algo al que está del otro lado, no es más que una pérdida de tiempo. Pero de nuevo, perder el tiempo en actividades que poco o nada aportan, no es necesariamente malo. La gente tiene todo el derecho a escoger sus formas de perder el tiempo.

Pero sigamos con Facebook. Es claro que le ayuda a la gente a creer que no está tan sola como de hecho lo está. La gente le huye a la soledad. Otra cosa es que tenga éxito en su huída. Y como cosa positiva, Facebook hace sentir a la gente parte de una comunidad, así se trate de una ilusión virtual y de nada más.

Quizás lo más interesante de Facebook es la creencia de la gente que lo suyo, lo personal, lo de su círculo familiar íntimo, le interesa al resto de la humanidad. Nadie, pero absolutamente nadie, cree que lo suyo no le importa a desconocidos o lejanos. La gente no está preparada para aceptar el hecho de que lo suyo sólo le importa a las personas más estrechamente relacionadas, y eso si acaso. A menos que se trate de un suceso espectacular, de los que casi nunca ocurren.

¿Por qué es esto así? Sencillamente porque la vida y la experiencia de la mayoría de las personas poco o nada aportan como ejemplo o como enseñanza a quienes no los conocen, incluidos aquellos con quien se conversa o se dialoga por medio de Facebook.

Este último punto lleva a otro que también ilustra cómo somos. No solamente la mayoría de la gente piensa que su vida y su cotidianidad es de sumo interés para el resto de la humanidad, sino que está convencida que sus opiniones también lo son. Y poco o nada importa que se trate de opiniones sobre temas que ignoran. A la gente le gusta oír su propia voz por encima de expresar un contenido, como cuando llaman a los programas radiales a opinar sin tener nada que decir. Pero la realidad es que al resto de la humanidad no le interesa la opinión del pelmazo o bombetas que no sabe nada del tema sobre el cual opina. Y no le interesa sencillamente porque se trata de una opinión que no le es útil o que no le aporta algo adicional a su stock de conocimientos.

Finalmente todo esto lleva a la otra discusión sobre qué es lo que se debe leer o ver en el Internet. Actualmente el Internet está repleto de portales y blogs que compiten por ganarse la atención de una infinita y dispersa audiencia. En realidad, entre más escogencia haya mejor. Sobrevivirán quienes ofrezcan información útil para los demás. Quienes le aporten algo a algún tema. Si alguien piensa que lo suyo es útil e importante para otras personas, entonces, vale la pena ensayar. Esa debería ser la prueba ácida para tomar la iniciativa. No es lo que crea cada quien que es útil e importante para sí mismo, sino lo que objetivamente sea útil e importante para los demás.

Sin embargo, no hay que hacerse ilusiones de que esta prueba ácida se aplicará. La mayoría de la gente seguirá pensando que lo suyo —lo más personal, familiar y cotidiano— le interesa al resto de la humanidad. Que su opinión, así no sepa nada del tema, debe ser escuchada por el resto de la humanidad. Así somos y así seremos. Y mientras así seamos, mientras no enfrentemos la dura realidad del poco interés que representa para los demás nuestras vidas personales y nuestras opiniones no ilustradas, portales como Facebook serán exitosos.