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Algunas conclusiones sobre los resultados de la política de un hijo único por familia, uno de los experimentos en ingeniería social de mayor alcance en la historia de la humanidad.
 
Tal como lo indica Wang Feng, esta restricción, que fue formalmente anunciada en septiembre de 1980, nunca fue muy popular y pasará a la historia como un ejemplo de texto sobre una mala combinación de ciencia y política (en “What Will Happen if China Adopts a Two-child Policy?”, NewScientist, 24 de marzo de 2014).

Anota Cheng que en la década de los años 60 la población de China creció a un tasa anual ligeramente superior a 2,5%. Pero en la siguiente década hubo un cambio hacia matrimonios mas tardíos y menos nacimientos, lo que indujo una caída el aumento de la población a 1,2% en 1979.

Sin embargo, por esa época las autoridades de China seguían muy preocupadas con las consecuencias de un crecimiento adicional de la población dado que cerca de una tercera parte de la población era menor de 15 años y solo un 6% era mayor a 60 años. Pensaron que una eventual aceleración de la tasa de natalidad iría en contra del objetivo prioritario de elevar los estándares de vida.

Y fue así como se acordó limitar a uno el número de hijos por familia. Actualmente alrededor del 60% de las parejas todavía están sometidas a esta regla. China tiene ahora 150 millones de familias con un hijo.

La población mayor a 60 años supera los 200 millones, o sea cerca de 15% de la población total; su incremento es elevado y constituye una creciente carga. La promesa implícita cuando se adoptó la política del único hijo fue la de que el sacrificio en el que incurriría la población en términos de abortos, esterilizaciones y vida familiar se compensaría porsteriormente con programas gubernamentales de apoyo a la tercera edad. Pero el cumplimiento de esta promesa luce cada vez mas lejano.

Además, como lo señala Weng, aunque es verdad que reducir la tasa de natalidad es una forma de frenar el crecimiento de la población, la verdadera causa de ese crecimiento es el descenso en la tasa de mortalidad que antecede a la declinación de la fertilidad. Las poblaciones tienden a reducir sus tasas de natalidad sin intervenciones externas una vez que perciben que disminuyen las tasas de mortalidad infantil.

Otra forma de analizar el tema es lo que plantea el columnista Alex B. Berezow (en “China’s Disastrous One-Child Policy”, Newton Blog, marzo 23 de 2014). Berezow hace hincapié en un punto que es sabido: que la tasa de aumento de la población decrece con el crecimiento económico, es decir, a medida que la gente disfruta de una mayor riqueza y educación.

Durante muchos años China implementó políticas económicas calamitosas que sumieron al país en la pobreza y que llevaron a altos índices de natalidad. Según Berezow, con mejores políticas económicas no hubiera sido necesario adoptar tan extrema política de restricción a la natalidad. Tal como ha sucedido en otras partes del planeta, el mayor crecimiento económico hubiera hecho el milagro de producir una declinación significativa en las tasas de aumento de la población.

A su vez, Barezow cita los resultados del análisis de Michael Gross (en “Where Next for China Population Policy, Current Biology, febrero 3 de 2014). Gross hace énfasis en tres impactos no buscados de la política del hijo único. Uno de ellos ha sido la creación de una generación de “pequeños emperadores”.

Muchos chinos se criaron como hijos únicos. Para Gross, las consecuencias de una infancia sin hermanos es una generación menos altruista, menos confiable, con mas aversión al riesgo y menos competitiva que las generaciones que nacieron antes de 1980.

Otro resultado problemático de la política del hijo único, y que ha sido señalado no solamente por Gross y Weng sino también por otros muchos analistas, es el de la inversión de la pirámide poblacional. Muchas personas de edad y muy pocos jóvenes para sostenerlas y financiar sus necesidades.

Y la tercera nefasta consecuencia a la que hace referencia Gross es la escasez de mujeres. Lo biológicamente normal son 106 hombres por cada 100 mujeres. En China son 117 hombres por cada 100 mujeres. Incluso en algunas regiones la relación es de 130 hombres por cada 100 mujeres. Y la razón es simple: las parejas prefieren tener un niño y abortan cuando se trata de bebés niñas.

En fin, todo lo anterior muestra el elevado costo y las externalidades negativas de esquemas grandiosos de ingeniería social como el que emprendió China hace mas de 30 años. Muchos de esos esquemas pretenden resolver problemas que en forma gradual y sin mayores sobresaltos tienden a desaparecer con el desarrollo económico y los avances culturales de los países.