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Las encuestas muestran un creciente escepticismo de la opinión pública en relación con las tesis de estos alarmistas.
 
La última de estas encuestas fue realizada por Gallup en Estados Unidos. En marzo de 2011 solamente 32% de los estadoudinenses crían que el calentamiento global representará una amenaza durante sus vidas. Y solamente el 50%, la cifra más baja desde que Gallup inició esta pregunta en 2003, cree que el calentamiento de la temperatura de la tierra en el último siglo se originó en actividades humanas y no en causas naturales.

Por otro lado, un número récord de estadoudinenses, el 48%, considera que los medios de comunicación exageran en sus presentaciones sobre la el calentamiento global. Difícil evitar caer en sensacionalismo en temas como este.

Esta falta de credibilidad tiene raíces que se remontan a la década los años setenta. John Holdren, asesor de cabecera del Presidente Barack Obama en temas científicos, sostuvo en 1971 que los humanos estaban causando una crisis de enfriamiento global. En ese momento Holdren escribió: “la transparencia reducida de la atmósfera a la luz que le ingresa es responsable de la tendencia al enfriamiento de la temperatura de la superficie del planeta durante el último cuarto de siglo y que ha sido de 0,2 grados Celsius”.

En esa época, personajes como Holdren asustaron a la humanidad con el enfriamiento y explotaron financieramente ese cuento. Son los mismos que a mediados de la década siguiente, en los años ochenta, cambiaron el cuento del enfriamiento por el cuento del calentamiento. Y no sobra reconocer que les ha ido mejor con este último cuento.

Holdren hace parte del grupo actual de asesores ambientalistas de la Casa Blanca que se han opuesto a que en Estados Unidos se explore y explote petróleo y gas natural. Este país, que tiene una gran riqueza natural, es cada vez más dependiente de las importaciones de distintas fuentes de energía. Sencillamente los ambientalistas han tenido la última palabra y han bloqueado los intentos de desarrollo de las fuentes energéticas.

Pero al tiempo que esto sucede en abierto detrimento de la economía norteamericana, Obama viaja a Brasil y le dice al gobierno de ese país que tendrá todo el apoyo de Estados Unidos, incluidos préstamos, para la exploración y explotación del petróleo mar afuera.

O sea que esa exploración y explotación es lo de menos si se realiza en las costas brasileras, pero es lo peor si tiene lugar en las costas de Estados Unidos. “Drill, baby, drill!” en Brasil, pero no en ese inmaculado país llamado Estados Unidos. Sin embargo, desde el punto de vista planetario da lo mismo que la exploración y explotación tenga lugar en Estados Unidos, o en Brasil, o en otras partes del mundo. Es más, en otras partes del mundo las exigencias de manejo ambiental son menos estrictas que en Estados Unidos.

Ciertamente Estados Unidos y su población pagarán un creciente precio por el lujo que se están dando de no desarrollar sus propias fuentes de energía. Por su indolencia, se merecen pagar este precio e incluso uno más elevado.  

La histeria en relación con el cambio climático de moda, que ahora es calentamiento y no enfriamiento, ha conducido, para beneplácito de oscuros intereses comerciales, al otorgamiento de cuantiosos subsidios públicos a industrias sin mayor futuro. Un caso pertinente es el de Alemania, aunque abundan historias similares en otros países económicamente avanzados.

Alemania es un país al que no le llega mucho sol porque permanece nublado buena parte del año. Pero esto no fue impedimento para que se invirtieran US$75.000 millones en paneles solares en los tejados de casas y edificios. Después de semejante gasto de recursos públicos, esta tecnología sólo provee 0,1% de la energía total que consume el Alemania.

Es cierto que la luz solar es renovable. Pero también es cierto que los recursos públicos no lo son y que no hace mucho sentido invertir en tecnologías que no contribuyen mayormente a satisfacer la demanda de energía o que lo hacen a un costo 10 veces más elevado que fuentes tradicionales.

Las contradicciones de científicos y políticos, las predicciones que no se cumplen, el uso y abuso de recursos públicos sin resultados tangibles, los altos costos de la energía alternativa, y el descarado manipuleo y supresión de información científica que contradice las tesis alarmistas, todo ello ha llevado a un creciente escepticismo por parte de la opinión pública acerca las tesis que señalan que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina por el efecto del cambio climático inducido por la actividad humana.