Conmovedor leer lo que escriben y dicen los intelectuales izquierdistas latinoamericanos sobre Hugo Chávez a raíz de su fallecimiento. Cualquiera creería que murió la madre Teresa de Calcuta.

 

Estos intelectuales quieren canonizar a Chávez sin siquiera pasar por la etapa previa de la beatificación. Demuestran así que el corazón les pesa mucho mas que la razón. Creen que su muerte es patente de corso para darle rienda suelta a una sensiblería que distorsiona por completo cualquier evaluación objetiva sobre los logros del personaje.

Después de 14 años de gobierno de Chávez, Venezuela depende mas que nunca de una producción petrolera que se ha estancado por falta de inversión y mantenimiento. Su sector privado productivo está en gran parte paralizado, la inflación (el impuesto de los pobres) es una de las mas altas del planeta, la moneda está mas depreciada que nunca, y escasean los artículos de primera necesidad en los mercados.

En estos años Venezuela botó a la caneca los excedentes de la mayor bonanza en los precios internacionales del petróleo de su historia, una bonanza que difícilmente se repetirá dadas las muy favorables perspectivas de producción de hidrocarburos en Estados Unidos y otras partes del planeta. Un ineficaz asistencialismo y una rampante corrupción fueron cómplices en el despilfarro de tales excedentes.

Venezuela es actualmente uno de los países mas inseguros del planeta, el suministro de energía eléctrica no es confiable, las empresas publicas están en extremo burocratizadas y son en su gran mayoría perdedoras, no se respetan los derechos de propiedad y es grande el desprecio por los méritos profesionales de las personas. 

Pero lo peor del legado de Chávez es la distorsión que introdujo en el sistema político venezolano y muy especialmente la acumulación de poder en sus manos y sus funcionarios de confianza. Hoy en día en Venezuela el oficialismo controla todos los poderes públicos. El sistema judicial es un apéndice mas del ejecutivo. Las autoridades electorales solo atienden los intereses del partido gobernante. La libertad de prensa fue coartada con el cierre de canales y emisoras y por las permanentes amenazas.

El discurso de Chávez fue el de un ramplón odio de clases. Uno de continuos insultos y afrentas a sus opositores. En lugar de unir, dividió.

Chávez representó el retorno a esa figura que tanto mal le ha hecho a América Latina, el del omnipotente caudillo. Se trata de la vuelta a ese primitivo sistema tribal de gobierno, uno que este Continente no ha podido superar del todo, en el que se impone la creencia de que la solución a los problemas penden de la voluntad de un individuo y no del armónico funcionamiento de un conjunto de independientes y vigorosas instancias institucionales.

A los intelectuales izquierdistas latinoamericanos no les importa mayormente los estragos que ocasionaron el burdo e ineficiente caudillismo de Chávez. Adicionalmente, simpatizan con las banderas anti imperialistas que con tanto ahínco enarboló el ex mandatario. Pero lo hacen sin preguntarse cuáles son los beneficios concretos que esta postura política le trae a la población latinoamericana. Grandes segmentos de la población se escudan en ella para achacarle sus males a terceros y no a la conducta propia. Se trata de un gran sofisma de distracción que impide diagnosticar con objetividad las verdaderas causas del atraso latinoamericano.

En resumidas cuentas, poco o nada le aportó ideológicamente Chávez a la izquierda latinoamericana. Antes bien revivió esquemas políticos y económicos retardatarios, que se creían ya superados, como los que todavía rigen en la Cuba de los ancianos hermanos Fidel y Raúl Castro. Pero para los izquierdistas latinoamericanos, con Chávez desapareció una figura política de una inusitada estatura. Definitivamente no les caería mal una buena dosis de Ubicatiex.