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Jorge Ospina Sardi
 
Profesores veteranos siempre han visto los avances tecnológicos con menosprecio y a veces como una amenaza. La razón es simple: están en desventaja a la hora de manejar la nueva tecnología.
 
Por eso cuando salen con el cuento que el Internet y las redes sociales actuales como Facebook y Twitter atentan contra el buen escribir y el pensamiento crítico, hay que tomarlos con gran beneficio de inventario. Cuando dicen que debido a esta reciente tecnología a los jóvenes se les olvidó escribir, están respirando por la herida.

Hace poco, en el diario El Tiempo del 9 de diciembre de 2011, el profesor de la facultad de Comunicación Social de la Universidad Javeriana Camilo Jiménez hizo pública su renuncia con el argumento de que hoy en día los estudiantes son incapaces de siquiera escribir un párrafo, y le echó la culpa al Twitter.

Esa renuncia pública suscitó una controversia en la cual muchos se manifestaron sobre la necesidad de elevar la calidad de la educación y de hacer un mejor uso de la nueva tecnología. Victoria Tobar, una alumna del profesor Jiménez, en carta bien redactada y que publicó El Tiempo (14 de diciembre) contra argumentó que el problema no es de los estudiantes sino de los profesores y señaló que “creer que los nuevos medios solo sirven para que los jovencitos hablen mierda es, como mínimo, ingenuo.”

Seguramente cuando se pasó de la pluma a la máquina de escribir, hubo argumentos similares a los del profesor Jiménez. En realidad, la máquina de escribir le permitió expresarse mejor a quienes tenían dificultades para hacerlo por medio de la pluma. A quienes no tenían una suficiente destreza manual. Pero no solo eso. La nueva máquina permitió escribir más rápido. De manera que ese invento fue un avance, un progreso, que facilitó la expresión y comunicación por medios impresos.

Naturalmente la máquina de escribir no garantizó que su utilización fuera la correcta en términos del contenido y calidad de la escritura. Pero si fue un medio facilitador que hizo posible un uso más extendido del medio impreso, en distintas áreas de la actividad humana. De seguro, muchos de quienes eran maestros en el uso de la pluma y nunca aprendieron a teclear manifestaron en su momento sus grandes reservas en relación con el “negativo” impacto que produciría el hecho de que más personas y en forma más veloz pudieran expresarse utilizando la máquina de escribir.

Condenar un medio que facilita la expresión y comunicación entre seres humanos es una ridiculez, por decir lo menos. Lo que sucede es que a veces le pedimos al medio más de lo que puede proporcionar. Con aquello del buen y correcto escribir, se toca una área en la que es un porcentaje relativamente reducido de la población el que posee el don y la disposición requeridas para hacerlo.

Una de las cuestiones que todavía causan sorpresa entre quienes creen ciega y erróneamente que todos los seres humanos nacen con iguales dones y potencialidades es el hecho de que, a pesar de la universalización de la educación, se mantiene una relativa gran desigualdad en la forma como se distribuyen y manifiestan esos dones en la escritura, la música, las matemáticas, los distintos deportes, los negocios, la política y en general, en la infinidad de actividades que se ha inventado el ser humano.

En el caso de la escritura, al igual que con otras actividades que exigen un alto grado de esfuerzo, es un porcentaje reducido de la población el que se toma en serio la tarea de aprenderla y practicarla correctamente. Eso ha sido siempre así. Sin embargo, la gente que no lo hace bien o correctamente, la gente que le cuesta mucho trabajo hacerlo, o sea la mayoría de la población, considera que la falta de talento en esta área es indicio de falta de educación, cuando de hecho no lo es.

No es la misma reacción, por ejemplo, cuando se reconoce que no se es bueno con las matemáticas, o con la música, o con un deporte. En este caso se aplica aquel sabio precepto según el cual “no se puede ser bueno en todo”. Pero cuando de escritura se trata se espera de los buenos samaritanos que todos escriban con la fluidez y lucidez de grandes maestros de la literatura universal.

¿Cuántos exitosos empresarios son capaces de escribir con buena sintaxis una carta de más de una página? El 2% o incluso menos. Y no por falta de educación, ni de oportunidades para aprender. Sencillamente escribir con buena sintaxis no hace parte de sus acervos de dones o potencialidades. Para redactar la carta de más de una página tienden a emplear a asistentes con el apropiado don. Sus dones son otros y también muy especiales y exclusivos. Y por suerte que es así, puesto que es en la diversidad de dones y potencialidades que reside la ventaja comparativa de los seres humanos como especie del reino animal (y del reino menos animal).

Sin embargo, el empresario exitoso puede reconocer que no sirve para interpretar y componer música, pero nunca va a hacerlo en el caso de su incapacidad para escribir bien. Es como si le diera vergüenza este reconocimiento. No debería ser así, pero así es.

Ahora bien, con el Internet, Facebook, Twitter y la telefonía móvil, la gente se puede expresar mucho más que antes y en distintas formas. Esperar que lo haga con el lenguaje de Cervantes y con una sintaxis ajustada a los estrictos cánones de la Real Academia Española es una solemne idiotez. Los nuevos medios amplían el universo de posibilidades para comunicarse, eso es todo. Más gente por más y más medios se expresa y entra en contacto con más y más gente.

Lo que sale a relucir en la forma y tipo de expresión que se registra en los nuevos medios es lo que es y como es la gente. Muy poca diferencia con lo que siempre ha sido. Los nuevos medios no cambian mayormente a la gente en los temas de su interés y en la manera de conceptualizarlos. Ayudan a un mayor conocimiento de hechos y eventos y permiten una mayor interconexión que antes. Pero nada más. La gente es y seguirá siendo muy perezosa a la hora de utilizarlos para aprender a expresarse mejor. Sólo los aprovecharán en este sentido quienes tienen los dones y la disposición para hacerlo, es decir, un porcentaje mínimo de la población.

Facebook, por ejemplo, permite que multitud de personas expresen sus más preciados pensamientos en una página por ellos elaborada. Pero en la mayoría de los casos lo único que se ve en esas páginas son fotos con manifestaciones de cariño y de buenos deseos por cumpleaños, nacimientos, vacaciones o logros laborales. Muy poco en relación con pensamientos trascendentales sobre cómo arreglar los problemas de este mundo. Facebook simplemente es un colector de los chismes de la vida cotidiana, los cuales son los que más distraen y ocupan la atención de los seres humanos.

Así mismo Twitter se convirtió en un muy popular medio de comunicación por su práctico formato. Frases y opiniones cortas, que es lo que concuerda con los intereses de la mayoría de la población. Porque esta mayoría de la población sólo tiene el ánimo, la disposición y el tiempo de leer y escribir frasecitas sobre distintos temas de actualidad. No le interesa ni leer ni escribir grandes ensayos sobre estos temas. Sólo quiere conclusiones finales. O para ponerlo en forma todavía más extrema, sólo tiene la paciencia para asimilar titulares y si acaso, la frase de cierre de un párrafo de conclusiones.

En el caso de este ensayo la conclusión obvia sería que bienvenidos los nuevos medios y los que están por venir, y chao profesores que no aprecian sus ventajas. Bienvenido todo lo que enriquezca la comunicación entre los seres humanos. Bienvenido todo lo que facilite la adquisición de mayores conocimientos.

Bienvenido todo ello, pero sin esperar milagros sobre la naturaleza humana. Dones y habilidades específicas, como las relacionadas con el arte de escribir, continuarán siendo patrimonio de una proporción relativamente escasa y estable de la población. Un blog, una página de Facebook, una cuenta de twitter o el uso de un iphone, no convierte a los usuarios en peores o mejores escritores. Pero no se puede desconocer que le facilita la vida a quienes quieran y estén en capacidad de serlo.